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Текст 2






¡ Ven, mujer! – gritaba el herrero a su enferma esposa al descubrir un nuevo dibujo. – Ven a ver lo que ha hecho nuestro hijo. ¡ Demonio de muchacho! Dominado por este entusiasmo, no se quejaba ya de que Marianillo abandonase la escuela dedicando todo el dí a a correr por el pueblo, con carbó n en la mano, cubriendo de lí neas negras las paredes de las casas.

¿ De dó nde ha salido este talento? Y moví a la cabeza afirmativamente cuando los ricos del pueblo le decí an que hiciera algo para el chico. Ciertamente, é l no sabí a qué hacer, pero comprendí a que tení an razó n; su Marianillo no estaba destinado para golpear el hierro lo mismo que su padre. Podrí a ser un personaje tan grande como don Rafael, un señ or que pintaba santos en la capital de la provincia y era maestro de los pintores en un gran caseró n lleno de cuadros allá en la ciudad.

Despué s visitaron a don Rafael el herrero y su hijo, temblando los dos al verse en una gran casa, que el gran pintor habí a convertido en estudio, al contemplar de cerca los pinceles y aquellos lienzos que colgaban de las paredes. El pintor le dijo al padre que Marianillo tení a talento y debí a aprender a pintar.

En la ciudad cambió radicalmente su vida. Entonces comprendió lo que buscaban sus manos al mover el carbó n sobre las paredes. Mariano vivió en casa de su maestro, siendo a la vez su criado y su alumno. Mientras que el maestro pintaba los santos, Mariano era incapaz de pintarlo y pintaba só lo aquello que veí a. Con el tiempo mucha gente empezó a reconocer su superioridad y a elogiar sus dibujos. DonRafael miraba con asombro lo que hací a Mariano. Todo esto empezó a disgustar tanto al buen maestro que un dí a dijo a su alumno con resolució n:

– Ya sabes que te quiero como a un hijo, Marianito, pero a mi lado pierdes el tiempo. Nada te puedo enseñ ar. Tu sitio está en otra parte. He pensado que podrí as irte a Madrid. Allí está n los que podrá n enseñ arte.

A los 16 añ os llegó Mariano Renovales a Madrid y se entregó con furia al trabajo. Pasó las mañ anas en el Museo del Prado copiando todas las cabezas de los cuadros de Velá zquez. Creyó que hasta entonces habí a vivido ciego

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