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Amigos. Pero como no existen mercaderes de
amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡ domestí came! - ¿ Qué hay que hacer? –dijo el principito. - Hay que ser muy paciente –respondió el zorro -. Te sentará s al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirá s nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada dí a, podrá s sentarte un poco má s cerca. Al dí a siguiente volvió el principito. - Hubiese sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto má s avance la hora, má s feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto: ¡ descubriré el precio de la felicidad!. Pero, si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazó n. Los ritos son necesarios. - ¿ Qué es un rito? –dijo el principito. - Es tambié n algo demasiado olvidado –dijo el zorro-. Es lo que hace que un dí a sea diferente de los otros dí as; una hora, de las otras horas. - Adió s –dijo el principito. - Adió s –dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazó n. Lo esencial es invisible a los ojos”. (Antoine de Saint-Exupé ry, El principito)
1.- ¿ Quié n sabe poner un ejemplo de persona egoí sta y otro ejemplo de persona generosa? “Y COLORÍ N COLORADO…” En la clase de Manuel se contó el siguiente cuento para explicar la diferencia entre ser egoí sta y ser generoso. La maestra comenzó así: “Un dí a un peregrino visitó un pueblo de la China. Allí vio mucha gente sentada alrededor de una mesa con muchos alimentos. Sin embargo, todos los que estaban sentados tení an cara de hambre y el gesto demacrado: só lo podí an comer con palillos; pero no podí an, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por má s que estiraban su brazo, nunca conseguí an llevarse nada a la boca.
El peregrino, despué s de contemplar la escena, salió del pueblo y se fue a sentar a la orilla del rí o, un rí o azul y transparente como el cielo. Y mirando el agua, pensó: “Los del primer pueblo eran egoí stas y los de este pueblo viven como hermanos”. Y colorí n colorado este cuento se ha acabado. A la señ orita le gustaba terminar así sus cuentos porque su abuela, que le habí a enseñ ado a gustar de los cuentos, siempre los terminaba así. Manuel le dijo: - “Por favor”, “señ orita”, siga má s. - Pero si ya se ha acabado. Ahora, a jugar al recreo.
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