Студопедия

Главная страница Случайная страница

КАТЕГОРИИ:

АвтомобилиАстрономияБиологияГеографияДом и садДругие языкиДругоеИнформатикаИсторияКультураЛитератураЛогикаМатематикаМедицинаМеталлургияМеханикаОбразованиеОхрана трудаПедагогикаПолитикаПравоПсихологияРелигияРиторикаСоциологияСпортСтроительствоТехнологияТуризмФизикаФилософияФинансыХимияЧерчениеЭкологияЭкономикаЭлектроника






Resurrección






Un par de semanas antes de graduarse, Alma llamó a Nathaniel a San Francisco para organizar los detalles del viaje de los Belasco a Boston. Era la primera mujer de la familia que iba a tener un tí tulo universitario y el hecho de que fuera en Diseñ o e Historia del arte, disciplinas relativamente oscuras, no le quitaba mé rito. Incluso Martha y Sarah asistirí an a la ceremonia, en parte porque pensaban seguir a Nueva York a hacer compras, pero su tí o Isaac estarí a ausente; su cardió logo le habí a prohibido subirse a un avió n. El tí o se disponí a para desobedecer la orden porque Alma estaba má s anclada en sus afectos que sus propias hijas, pero Lillian no se lo permitió. En la conversació n con su primo, Alma le comentó de pasada que hací a varios dí as que tení a la impresió n de ser espiada. No le atribuí a mayor importancia, dijo, seguramente eran sobresaltos de su imaginació n, estaba nerviosa con los exá menes finales, pero Nathaniel insistió en conocer los detalles. Un par de llamadas telefó nicas anó nimas en las que alguien —una voz masculina con acento extranjero— preguntó si era ella y enseguida cortó; la incó moda sensació n de ser observada y seguida; un hombre que habí a hecho indagaciones sobre ella entre sus compañ eras y, por la descripció n que sus amigas le dieron, parecí a ser el mismo que ella habí a visto varias veces, dí as antes en una clase, en los pasillos, en la calle. Nathaniel, con su suspicacia de abogado, le aconsejó que advirtiera por escrito a la policí a del campus, como medida legal de precaució n: si algo sucedí a, habrí a constancia de sus sospechas. Tambié n le ordenó que no saliera sola de noche. Alma no le hizo caso.

Era la temporada de fiestas extravagantes en que los estudiantes se despedí an de la universidad. Entre mú sica, alcohol y baile, a Alma se le olvidó la sombra siniestra que habí a imaginado, hasta el viernes anterior a su graduació n. Habí a pasado buena parte de la noche en una fiesta desmadrada, bebiendo demasiado y mantenié ndose de pie con cocaí na, dos cosas que toleraba mal. A las tres de la madrugada, un ruidoso grupo de jó venes en un coche descapotable la dejó frente a su dormitorio. Tambaleá ndose, desgreñ ada y con los zapatos en la mano, Alma buscó la llave en su cartera, pero no alcanzó a encontrarla antes de caer de rodillas, vomitando hasta que no le quedó nada dentro. Las arcadas secas continuaron por largos minutos, mientras le corrí an lá grimas por la cara. Por fin trató de levantarse, empapada de transpiració n, con espasmos en el estó mago, tiritando y gimiendo de desolació n. De pronto, un par de garras se le clavaron en los brazos y se sintió alzada del pavimento y sostenida de pie. «¡ Alma Mendel, deberí a darte vergü enza!». No reconoció la voz del telé fono. Se dobló, vencida de nuevo por las ná useas, pero las garras la apretaron con má s firmeza. «¡ Sué lteme, sué lteme!», masculló, pataleando. Una palmada en la cara le devolvió por un instante algo de sobriedad y pudo ver la forma de un hombre, un rostro oscuro cruzado de rayas como cicatrices, un crá neo afeitado. Inexplicablemente, sintió un tremendo alivio, cerró los ojos y se abandonó a la desgracia de la borrachera y la incertidumbre de hallarse en el abrazo fé rreo del desconocido que acababa de golpearla.

A las siete de la mañ ana del sá bado, Alma despertó envuelta en una tosca frazada, que le arañ aba la piel, en el asiento trasero de un coche. Olí a a vó mito, orina, cigarrillo y alcohol. No sabí a dó nde estaba y no recordaba nada de lo sucedido la noche anterior. Se sentó y trató de acomodarse la ropa, entonces se dio cuenta de que habí a perdido el vestido y la enagua, estaba en sosté n, bragas y portaligas, con las medias rotas, descalza. Campanas despiadadas le repicaban dentro de la cabeza, tení a frí o, la boca seca y mucho miedo. Volvió a echarse, encogida, quejá ndose y llamando a Nathaniel.

Momentos má s tarde sintió que la remecí an. Abrió los pá rpados a duras penas y, tratando de enfocar la vista, distinguió la silueta de un hombre, que habí a abierto la portezuela y se inclinaba sobre ella.

—Café y aspirinas. Esto te va a ayudar un poco —le dijo, pasá ndole un vaso de papel y dos pí ldoras.

—Dé jeme, tengo que irme —replicó ella, con la lengua rasposa, tratando de incorporarse.

—No puedes ir a ninguna parte en estas condiciones. Tu familia va a llegar dentro de unas horas. La graduació n es mañ ana. Tó mate el café. Y en caso de que quieras saberlo, soy tu hermano Samuel.

Así resucitó Samuel Mendel, once añ os despué s de haber muerto en el norte de Francia.

Despué s de la guerra, Isaac Belasco habí a obtenido pruebas fehacientes de la suerte que corrieron los padres de Alma en un campo de exterminio de los nazis, cerca del pueblo de Treblinka, al norte de Polonia. Los rusos no documentaron la liberació n del campo, como habí an hecho los americanos en otras partes, y oficialmente se sabí a muy poco de lo ocurrido en ese infierno, pero la Agencia Judí a calculaba que allí habí an perecido ochocientas cuarenta mil personas, entre julio de 1942 y octubre de 1943, ochocientas mil de las cuales eran judí as. En cuanto a Samuel Mendel, Isaac averiguó que su avió n fue derribado en la zona de Francia ocupada por los alemanes y, de acuerdo con los registros militares britá nicos, no hubo sobrevivientes. Por entonces, Alma llevaba muchos añ os sin saber de su familia y los habí a dado por muertos bastante antes de que su tí o se lo confirmara. Al enterarse, Alma no lloró por ellos como cabí a esperar, porque durante esos añ os habí a practicado tanto el control de sus sentimientos que habí a perdido la habilidad para expresarlos. Isaac y Lillian consideraron necesario dar clausura a esa tragedia y llevaron a Alma a Europa. En el cementerio de la aldea francesa, donde cayó el avió n de Samuel, pusieron una placa recordatoria con su nombre y las fechas de su nacimiento y su muerte. No consiguieron autorizació n para visitar Polonia, controlada por los sovié ticos; esa peregrinació n la realizarí a Alma mucho má s tarde. La guerra habí a terminado cuatro añ os atrá s, pero todaví a Europa estaba en ruinas y vagaban masas de gente desplazada, buscando una patria. La conclusió n de Alma fue que no le bastarí a una sola vida para pagar el privilegio de ser la ú nica sobreviviente de su familia.

Sacudida por la declaració n del desconocido que decí a ser Samuel Mendel, Alma se irguió en el asiento del coche y se tragó el café y las aspirinas en tres sorbos. Aquel hombre no se parecí a al joven de mejillas rubicundas y expresió n juguetona que ella habí a despedido en el muelle de Danzig. Su verdadero hermano era ese recuerdo borroso y no el individuo que tení a delante, enjuto, seco, de ojos duros y boca cruel, la piel quemada por el sol y la cara marcada por profundas arrugas y un par de cicatrices.

—¿ Có mo puedo saber que eres mi hermano?

—No puedes. Pero yo no estarí a perdiendo mi tiempo contigo si no lo fuera.

—¿ Dó nde está mi ropa?

—En la lavanderí a. Estará lista dentro de una hora. Tenemos tiempo para hablar.

Samuel le contó que lo ú ltimo que vio cuando derribaron su avió n fue el mundo desde arriba, girando y girando. No llegó a lanzarse en paracaí das, de eso estaba seguro, porque entonces lo habrí an descubierto los alemanes, y no podí a explicar claramente có mo se salvó de perecer al estrellarse e incendiarse la má quina. Suponí a que fue expulsado de su asiento en la caí da y aterrizó en las copas de los á rboles, donde quedó colgando. La patrulla enemiga encontró el cuerpo de su copiloto y no buscó má s. A é l lo rescataron un par de miembros de la resistencia francesa, con muchos huesos rotos y amné sico; al comprobar que estaba circuncidado lo entregaron a un grupo de la resistencia judí a. Lo escondieron durante meses en cuevas, establos, subterrá neos, fá bricas abandonadas y casas de gente bondadosa dispuesta a ayudarlo, cambiá ndolo de un sitio a otro con frecuencia, hasta que se le soldaron los huesos partidos, dejó de ser una carga y pudo incorporarse al grupo como combatiente. La neblina que le ofuscaba la mente tardó mucho má s en disiparse que los huesos en curarse. Por el uniforme que llevaba cuando lo encontraron, sabí a que vení a de Inglaterra. Entendí a inglé s y francé s, pero respondí a en polaco; pasarí an meses antes de que recuperara los otros idiomas que dominaba. Como no sabí an su nombre, sus compañ eros lo apodaron Caracortada, por las cicatrices, pero é l decidió llamarse Jean Valjean, como el protagonista de la novela de Ví ctor Hugo, que habí a leí do durante su convalecencia. Luchó con sus compañ eros en una guerra de escaramuzas que parecí a sin destino. Las fuerzas alemanas eran tan eficientes, su orgullo tan monumental, su sed de poder y de sangre tan insaciable, que las acciones de sabotaje del grupo de Samuel no lograban rascar la coraza del monstruo. Viví an en la sombra, movié ndose como ratas desesperadas, con una sensació n constante de fracaso e inutilidad, pero seguí an adelante, porque no habí a alternativa. Se saludaban con una sola palabra: victoria. Se despedí an de la misma forma: victoria. El final era previsible: capturado durante una acció n, fue enviado a Auschwitz.

Al final de la guerra, despué s de sobrevivir al campo de concentració n, Jean Valjean logró embarcar clandestinamente hacia Palestina, donde llegaban oleadas de refugiados judí os, a pesar de Gran Bretañ a, que controlaba la regió n y procuraba impedirlo para evitar un conflicto con los á rabes. La guerra lo habí a transformado en un lobo solitario que no bajaba nunca las defensas. Se conformaba con amorí os casuales, hasta que uno de ellos, compañ era del Mosad, la agencia israelí de espionaje en la que habí a ingresado, una investigadora minuciosa y atrevida, le anunció que iba a ser padre. Se llamaba Anat Rá kosi y habí a emigrado de Hungrí a con su padre, ú nicos sobrevivientes de una familia numerosa. Mantení a con Samuel una relació n cordial, sin romance ni futuro, que resultaba có moda a ambos y no habrí an cambiado sin el inesperado embarazo. Anat creí a ser esté ril a causa del hambre, los golpes, las violaciones y los «experimentos» mé dicos que habí a sufrido. Al comprobar que no era un tumor lo que le abultaba el vientre, sino un niñ o, lo atribuyó a una broma de Dios. No se lo dijo a su amante hasta el sexto mes. «¡ Vaya! Yo pensaba que por fin estabas engordando un poco», fue el comentario de é l, pero no pudo disimular el entusiasmo. «Lo primero será averiguar quié n eres, para que esta criatura sepa de dó nde proviene. El apellido Valjean es melodramá tico», replicó ella. É l habí a ido postergando añ o a añ o la decisió n de buscar su identidad, pero Anat se puso a la tarea de inmediato, con la misma tenacidad con que descubrí a para el Mosad los escondites de los criminales nazis, que habí an escapado a los juicios de Nuremberg. Empezó por Auschwitz, el ú ltimo paradero de Samuel antes del armisticio, y fue siguiendo el hilo de la historia paso a paso. Balanceando la panza se fue a Francia a hablar con uno de los pocos miembros de la resistencia judí a que aú n quedaban en ese paí s, y é l la ayudó a localizar a los combatientes que habí an rescatado al piloto del avió n inglé s; no fue fá cil, porque despué s de la guerra resultó que todos los franceses eran hé roes de la resistencia. Anat terminó en Londres revisando los archivos de la Real Fuerza Aé rea, donde encontró varias fotografí as de jó venes que tení an un parecido con su amante. No habí a otra cosa a la cual aferrarse. Lo llamó por telé fono y le leyó cinco nombres. «¿ Te suena alguno?» le preguntó. «¡ Mendel! Estoy seguro. Mi apellido es Mendel», replicó é l, conteniendo apenas el sollozo atorado en la garganta.

—Mi hijo tiene cuatro añ os, se llama Baruj, como nuestro padre. Baruj Mendel —le contó Samuel a Alma, sentado a su lado en el asiento trasero del coche.

—¿ Te casaste con Anat?

—No. Estamos tratando de vivir juntos, pero no es fá cil.

—Hace cuatro añ os que sabes de mí, ¿ y hasta ahora no se te ha ocurrido venir a verme? —le reprochó Alma.

—¿ Para qué iba a buscarte? El hermano que conociste murió en un accidente aé reo. No queda nada del muchacho que se alistó como piloto en Inglaterra. Conozco la historia, porque Anat insiste en repetirla, pero no la siento mí a, es un cuento hueco, sin significado. La verdad es que no me acuerdo de ti, pero estoy seguro de que eres mi hermana, porque Anat no se equivoca en este tipo de cosas.

—Yo sí me acuerdo de que tuve un hermano que jugaba conmigo y tocaba el piano, pero no te pareces a é l.

—No nos hemos visto en añ os y, ya te lo dije, no soy el mismo.

—¿ Por qué has decidido venir ahora?

—No vine por ti, estoy en una misió n, pero no puedo hablar de eso. He aprovechado el viaje para venir a Boston porque Anat cree que Baruj necesita una tí a. El padre de Anat murió hace un par de meses. No queda nadie de la familia de ella ni de la mí a, só lo tú. No pretendo imponerte nada, Alma, só lo quiero que sepas que estoy vivo y que tienes un sobrino. Anat te mandó esto —dijo.

Le alargó una fotografí a a color del niñ o y sus padres. Anat Rá kosi aparecí a sentada, con su hijo en el regazo; una mujer muy delgada, descolorida, de lentes redondos. Junto a ellos estaba Samuel, tambié n sentado, con los brazos cruzados sobre el pecho. El niñ o tení a las facciones fuertes y el pelo ensortijado y oscuro del padre. Detrá s de la foto Samuel habí a escrito una direcció n en Tel Aviv.

—Ven a vernos, Alma, para que conozcas a Baruj —le dijo al despedirse, despué s de recuperar el vestido de la lavanderí a y conducirla hasta su dormitorio.

 



Поделиться с друзьями:

mylektsii.su - Мои Лекции - 2015-2024 год. (0.009 сек.)Все материалы представленные на сайте исключительно с целью ознакомления читателями и не преследуют коммерческих целей или нарушение авторских прав Пожаловаться на материал