Ãëàâíàÿ ñòðàíèöà Ñëó÷àéíàÿ ñòðàíèöà ÊÀÒÅÃÎÐÈÈ: ÀâòîìîáèëèÀñòðîíîìèÿÁèîëîãèÿÃåîãðàôèÿÄîì è ñàäÄðóãèå ÿçûêèÄðóãîåÈíôîðìàòèêàÈñòîðèÿÊóëüòóðàËèòåðàòóðàËîãèêàÌàòåìàòèêàÌåäèöèíàÌåòàëëóðãèÿÌåõàíèêàÎáðàçîâàíèåÎõðàíà òðóäàÏåäàãîãèêàÏîëèòèêàÏðàâîÏñèõîëîãèÿÐåëèãèÿÐèòîðèêàÑîöèîëîãèÿÑïîðòÑòðîèòåëüñòâîÒåõíîëîãèÿÒóðèçìÔèçèêàÔèëîñîôèÿÔèíàíñûÕèìèÿ×åð÷åíèåÝêîëîãèÿÝêîíîìèêàÝëåêòðîíèêà |
Jorge Bucay
Antes de comenzar la lectura: 1.- ¿ Qué os parece esta cita de Sé neca? “La mayor ré mora de la vida es la espera del mañ ana y la pé rdida del dí a de hoy.
¿ QUÉ ES LA VIDA? “¿ Qué es la vida? Es una pluma, es la semilla de una hierba, aventada de acá para allá, que a veces se multiplica y muere en el acto y a veces asciende a los cielos. Pero si la semilla es buena y fuerte, es posible que viaje en el camino segú n su voluntad. Es bueno tratar de recorrer el propio camino y luchar contra el viento. El hombre tiene que morir. Lo peor que le puede ocurrir es morir un poco antes. ¿ Qué es la vida? Decí dmelo vosotros, oh hombres blancos, que sois sabios, que conocé is los secretos del mundo, y el mundo de las estrellas y el mundo que está por encima y alrededor de las estrellas; vosotros que transmití s las palabras desde lejos sin voz; decidme, hombres blancos, el secreto de vuestra vida: a dó nde va y de dó nde viene. No podé is contestar; no lo sabé is. Escuchadme, yo sí puedo contestar. Venimos de la oscuridad; a la oscuridad vamos. Como un pá jaro llevado por la tormenta en la noche, volamos salidos de la Nada; nuestras almas se ven por un momento a la luz de la hoguera y hete aquí que regresamos una vez má s a la Nada. La vida no es nada. La vida lo es todo. Es la mano con la que nos defendemos de la Muerte. Es la lucié rnaga que brilla en la noche y oscurece por la mañ ana; es la pequeñ a sombra que atraviesa la hierba y se pierde al caer el crepú sculo”. (Henry Rider Haggard, Las minas del Rey Salomó n)
Antes de comenzar la lectura: 1.- Veamos qué sabé is de té rminos marineros: proa, popa, estribor, babor, sotavento, barlovento... LA TORMENTA “Zarandeado por las olas en el Atlá ntico, el Judea oscilaba como un trompo. El viento soplaba con odio, sin intervalos, sin piedad, sin descanso. El mundo no era sino una inmensidad de olas espumeantes, que nos embestí an bajo un cielo tan pró ximo que podí a tocarse con la mano, y tan sucio como un techo ahumado. En el tormentoso espacio que nos rodeaba habí a tanta espuma como aire. Dí a tras dí a, noche tras noche, no habí a alrededor del barco má s que el aullido del viento, el tumulto del mar, el estruendo del agua saltando sobre cubierta. No habí a reposo ni para el barco ni para nosotros. Se balanceaba, caí a, alzaba la cabeza, se sentaba en la cola, giraba, gemí a, y tení amos que mantenernos firmes arriba, en cubierta, y atarnos a las literas, abajo, con el cuerpo en constante tensió n y la mente llena de preocupaciones”. (Joseph Conrad, “La lí nea de sombra”)
Antes de comenzar la lectura: 1º.- ¿ Qué sabé is de la selva amazó nica? 2º.- ¿ Qué es una leyenda?
LA SIRENA DEL BOSQUE El á rbol llamado lupuna, uno de los má s originalmente hermosos de la selva amazó nica, “tiene madre”. Los indios selvá ticos dicen así del á rbol al que creen poseí do por un espí ritu o habitado por un ser viviente. Disfrutan de tal privilegio los á rboles bellos o raros. La lupuna es uno de los má s altos del bosque amazó nico; tiene un ramaje gallardo y su tallo, de color gris plomizo, está guarnecido en la parte inferior por una especie de aletas triangulares. La lupuna despierta interé s a primera vista, y en conjunto, al contemplarlo, produce una sensació n de extrañ a belleza. Como “tiene madre”, los indios no cortan la lupuna. Las hachas y machetes de la tala abatirá n porciones de bosque para levantar aldeas, o limpiar campos de siembra de yuca y plá tanos, o abrir caminos. La lupuna quedará señ oreando. Sobresaldrá en el bosque por su altura y particular conformació n. Se hace ver. Para los indios cocamas, la “madre” de la lupuna, el ser que habita dicho á rbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa. En las noches de luna, ella sube por el corazó n del á rbol hasta lo alto de la copa, sale a dejarse iluminar por la luz esplendente, y canta. Sobre el océ ano vegetal que forman las copas de los á rboles, la hermosa dama derrama su voz clara y alta, singularmente melodiosa, llenando la solemne amplitud de la selva. Los hombres y animales que la escuchan, quedan como hechizados. El mismo bosque parece como aquietar sus ramas para oí rla. Los viejos cocamas previenen a los mozos contra el embrujo de tal voz. Quien la escuche, no debe ir hacia la mujer que la entona, porque no regresará nunca. Unos dicen que muere esperando alcanzar a la hermosa mujer y otros que ella lo convierte en á rbol. Cualquiera que fuese su destino, ningú n joven cocama que siguió a la voz fascinante, soñ ando con ganar a la bella, regresó jamá s. Es aquella mujer, que sale de la lupuna, la sirena del bosque. Lo mejor que puede hacerse es escuchar con recogimiento, en alguna noche de luna, su hermoso canto pró ximo y distante. Ciro Alegrí a (Fá bulas y leyendas americanas)
Antes de comenzar la lectura: 1º.- ¿ Qué sabé is de lo que es un libro electró nico o l [ ibro digital o ciber libro o ecolibro, tambié n conocido como e-book, eBook? LA SELVA DE LOS LIBROS Pues no. Ni el fulgor de Internet será capaz de oscurecer la realidad del libro tal y como lo entendemos desde que en el siglo XV Gutenberg acunó la imprenta. Pueden cambiar, y han cambiado considerablemente, los procedimientos de impresió n, las fó rmulas de adquisició n, el sistema de las librerí as. Pero el libro, objeto que se maneja con las manos y que permite leer en cualquier postura, el libro que se toca, se palpa, se siente, se estimula, ese va a permanecer. En los ú ltimos 2.500 añ os nada ha podido con el teatro. Apenas hay diferencia entre lo que vemos ahora en una sala alternativa y lo que contemplaron los griegos cuando se extasiaron con Eurí pides. Dentro de ochocientos añ os, hombres y mujeres leerá n los libros como ahora. Apenas se habrá n producido diferencias. Leer un libro en pantalla constituye un martirio chino y un calvario para los ojos. Extraerlo de la impresora significa retornar, por otro procedimiento, a la fó rmula del libro convencional. Otra cosa es que la educació n audiovisual que nos anega, sustraiga de la lectura de libros a algunas gentes que en ella estarí an si no existieran los nuevos medios de comunicació n. Aú n así, la realidad es que la incidencia audiovisual resulta escasa. El hombre inteligente, al que le gusta reflexionar, lee. Lee perió dicos impresos y lee libros. La lectura se convierte para é l en una exigencia o en un placer… Luis Marí a Ansó n (Artí culo publicado en El Cultural)
Antes de comenzar la lectura: 1º.- Qué opiná is sobre este refrá n: “La generosidad no precisa salario; se paga a sí misma”. HISTORIA DE ALEJANDRO Y SAMUEL Cuentan los antiguos libros que en la ciudad egipcia de Tebas viví a un hombre joven llamado Alejandro. Y en el mismo callejó n de Alejandro habitaba otro hombre llamado Samuel. Un dí a en que Alejandro paseaba por su calle, vio có mo Samuel, muy enfadado, regañ aba a un niñ o que le habí a pedido un vaso de agua. -¿ Por qué me molestas? El agua cuesta mucho dinero. Ve a beber al rí o y no vuelvas por aquí. Alejandro pensó que Samuel se merecí a un buen escarmiento. Y al instante se le ocurrió una idea. Ni corto ni perezoso, Alejandro se acercó a casa de su vecino y le saludó muy corté smente: -Buenos dí as, amable vecino – le dijo -. Hoy viene a visitarnos el prometido de mi hija, que es un hombre rico. Queremos invitarle a comer, pero no tenemos cucharas suficientes. Si me prestaras tú una, mañ ana mismo te la devolverí a. Seguro que los dioses sabrá n recompensar tu generosidad. Samuel miró desconfiado a su vecino, pero no pudo negarse a su petició n. Al fin y al cabo, pensó, no perdí a nada por prestarle una cuchara durante unas horas. Al dí a siguiente, Alejandro regresó alborozado a la casa de Samuel con la cuchara. -¡ Oh, querido Samuel – le dijo -, he de darte una excelente noticia! Esta noche, tu cuchara ha tenido una hija. Aquí tienes tu cuchara junto a su pequeñ a. -¡ Alabados sean los dioses! –exclamó Samuel- ¡ Qué cucharita má s bonita! Sin duda, tú has sido el intermediario en este regalo divino. Pasaron unos dí as y Alejandro se presentó otra vez en casa de Samuel. -Buenos dí as, generoso vecino - le saludó Alejandro-. Hoy viene a visitarnos el prometido de mi hija con sus padres para concertar los detalles de la boda. Queremos que coman en casa, pero la cazuela que tenemos en muy pequeñ a. Si me pudieras prestar tú una cazuela, mañ ana mismo te la devolverí a. Seguro que los dioses volverá n a recompensar tu generosidad. Samuel recordó lo que habí a ocurrido con la cuchara y al momento trajo la cazuela rogá ndole a Alejandro que la cuidara mucho y la devolviera como muy tarde al dí a siguiente. Y así fue. Al dí a siguiente, Alejandro volvió a casa de Samuel con dos cazuelas bajo el brazo. - ¡ Oh, querido Samuel! - le dijo -. Los dioses han querido premiarte una vez má s. Tambié n tu cazuela ha tenido una hija durante la noche. Aquí tienes tu cazuela junto a su pequeñ a. - ¡ Qué cazuelita má s bonita! – exclamó Samuel -. No hay duda de que los dioses ven mis virtudes a travé s de tus ojos. Unas semanas despué s, Samuel vio pasar ante su casa a Alejandro. Parecí a triste, y Samuel le llamó: - ¿ Qué te pasa, Alejandro? - le preguntó Samuel. -Pues resulta que mañ ana se celebrará n las bodas de mi hija y no tenemos vajilla suficiente para dar de comer a todos los invitados. Temo que la familia de mi futuro yerno se ofenda y la boda no llegue a celebrarse. -Yo te puedo dejar mi vajilla- le dijo Samuel recordando lo ocurrido con la cuchara y la cazuela -. Pero só lo por un dí a, porque es muy valiosa. - No sabes cuá nto agradezco tu generosidad. Los dioses te dará n pronto lo que mereces. Transcurrieron unos dí as desde que Alejandro se llevó la vajilla y, como no la devolví a, Samuel decidió presentarse en casa de su vecino. -Querido vecino –dijo Samuel-, hace ya unos dí as que te presté mi valiosa vajilla y todaví a no me la has devuelto. No es que haya perdido la confianza en ti, pero… - ¡ Ay, querido vecino; no sabes qué disgusto tengo! - se lamentó Alejandro -. ¡ Pobre vajilla! ¡ Que los dioses la tengan en su reino! ¡ Nunca pensé que tendrí a que darte una noticia así! - Pero, ¿ qué ha ocurrido? - preguntó Samuel impaciente. - ¡ Pues que esa misma noche tu vajilla murió! - ¡ Por todos los dioses! - exclamó perplejo Samuel-. ¿ Es que acaso puede morir una vajilla? -Sin duda, los mismos dioses que hicieron que la cuchara y la cazuela tuvieran hijos han hecho que la vajilla pueda morir. Só lo nos queda acatar los designios divinos. Y Alejandro cerró su puerta dejando a Samuel con tres palmos de narices.
Antes de comenzar la lectura: 1. ¿ Existe el miedo? 2. ¿ Qué situaciones o cosas pueden producir miedo? 3. ¿ Creé is que alguien puede no conocer el miedo, no tener miedo a nada?
JUAN SIN MIEDO Era un muchacho fuerte y robusto, de unos veinte añ os, que le llamaban Juan Sin Miedo, porque no tení a miedo a nada, de nada ni por nada. Siempre estaba diciendo: -Yo no sé lo que es el miedo y me gustarí a saberlo. Un dí a que sus padres comentaban con el sacristá n de la iglesia que su hijo no conocí a el miedo y que le gustarí a conocerlo, dijo el sacristá n que é l se comprometí a a enseñ arle lo que era el miedo, que fuera esa noche por su casa. Cuando llegó a casa el muchacho, le explicaron los padres lo que el sacristá n habí a dicho, y despué s de cenar se marchó Juan Sin Miedo a casa del sacristá n. Estaban acabando de cenar el sacristá n y la sacristana, y despué s de estar hablando un rato de lo del miedo se fueron los dos hombres a la iglesia; dejó el sacristá n a Juan sentado en un banco y le dijo que no tardarí a mucho rato en saber lo que era el miedo. En efecto, al poco rato salió de la sacristí a un fantasma envuelto en una sá bana, con los brazos en alto y dos velas encendidas, una en cada mano. Se fue muy despacio hacia donde estaba Juan, y cuando llegó junto a é l, dijo Juan: -¿ Tú vienes a meterme miedo? Y empezó a dar puñ etazos y puntapié s al fantasma, que salió huyendo hacia la sacristí a. Salió Juan tranquilamente de la iglesia y, muy despacio, se encaminó a casa del sacristá n. Le salió a abrir la sacristana y le dijo que su marido estaba en la cama quejá ndose de muchos dolores y con un ojo amoratado. - Bueno, pues dé jelo. No vení a má s que a decirle que he pasado un rato de risa en la iglesia, porque se me apareció un fantasma, le he pegado una paliza y ha salido corriendo. El sacristá n, que querí a vengarse de la paliza, le contó al enterrador, que era muy amigo suyo, lo que le habí a sucedido y el enterrador dijo que é l le iba a enseñ ar lo que era miedo, si querí a saberlo. Se fue el enterrador a buscar a Juan y le dijo que lo convidaba a cenar aquella noche en el cementerio para que aprendiera lo que era miedo. Y Juan aceptó. Llegó Juan al cementerio, donde le estaba esperando el enterrador. Le enseñ ó un muerto que habí a en el depó sito y un camastro junto al muerto, donde tení a que quedarse si no le daba miedo. Cenaron con la mayor naturalidad, se acostó Juan en el camastro y se durmió como si estuviese en su casa. El enterrador se pasó toda la noche asomá ndose al depó sito y preguntando con una voz cavernosa: - ¡ Juanito!, ¿ tienes miedo? Pero Juan Sin Miedo dormí a y roncaba a pierna suelta. A la mañ ana siguiente, el enterrador dijo que se daba por vencido y que con razó n le llamaban Juan Sin Miedo. Se hizo tan cé lebre Juan Sin Miedo que llegó su fama a oí dos del rey. El rey dijo que le llevaran a su presencia y que si era verdad que no tení a miedo se casarí a con la princesa. Se fue Juan Sin Miedo a palacio y el rey habí a dispuesto ya todo lo que habí a imaginado para hacerle pasar miedo. Así es que le encerraron en un só tano ló brego y oscuro, donde tení a que pasar la noche, si antes, por miedo, no pedí a que lo sacaran… A la mañ ana siguiente entraron a decirle que el rey le esperaba. Subió Juan Sin Miedo, se presentó ante el rey y é ste le preguntó: - ¿ Qué tal has pasado la noche? Cué ntame lo que has visto. - Señ or, yo estaba dispuesto a descansar tranquilamente, pero empezaron unos ruidos de cadenas, unos ayes y unos lamentos que no me dejaron dormir; despué s se les ocurrió venir a unos fantasmas ridí culos ensabanados que dijeron unas cuantas sandeces y se fueron; luego me trajeron una mesa y empezaron a caer del techo arañ as, dragones, salamanquesas y lagartos, y estuve entretenido en matarlos, y, por ú ltimo, aú n pude dormir un rato, y eso ha sido todo. - Pero, ¿ no has tenido miedo? - ¡ Si yo no sé lo que es el miedo! - Pues un hombre así es el que yo quiero para mi hija –dijo contento el rey. Se arregló la boda y Juan sin miedo se convirtió en el prí ncipe Juan. Una tarde, despué s de comer, se acostó el prí ncipe Juan a dormir la siesta. A la princesa le habí an regalado una pecera llena de peces de colores, y muy contenta con el regalo, fue a enseñ á rselo a su marido, que estaba profundamente dormido. La princesa se acercó a la cama y hostigó a los peces, que empezaron a nadar de prisa y a saltar, con lo cual el agua de la pecera salpicó toda la cara del prí ncipe. Entonces Juan, sin acabar de despertar, empezó a gritar: - ¡ Que me matan! ¡ Favor! ¡ Socorro! ¡ Auxilio! Y se despertó con gran sobresalto. - ¿ Qué te pasa, Juan? –dijo la princesa. - No sé. Un miedo terrible. Tengo toda la cara mojada de no sé qué. - Pero, ¿ has tenido miedo? - Muy grande. - Pues mira de lo que has tenido miedo, del agua y de lo que yo me rí o: de los peces de colores. Pero no se lo digas a nadie, que yo guardaré el secreto, para que te sigan llamando el prí ncipe Juan Sin Miedo. Adaptació n del Cuento de los Hermanos Grimm
Antes de comenzar la lectura: 1. ¿ A qué dedican todo el tiempo las hormigas? 2. ¿ Qué crees que le ocurrirá a la hormiga y a la cigarra en esta historia? LA CIGARRA Y LA HORMIGA
Antes de comenzar la lectura: 1. ¿ Qué es para ti una escuela? 2. ¿ Qué crees que le puede ocurrir a un niñ o/a si no va a la escuela? 3. ¿ Piensas que todas las escuelas son iguales? 4. ¿ Qué significa diversidad? Buscar en el diccionario. 5. ¿ Cuá ntas clases de ecosistemas conoces? 6. ¿ Hay niñ os/as de diferentes nacionalidades en tu escuela?
LA ESCUELA Piensa en los innumerables niñ os que a todas horas acuden a la escuela en todos los paí ses; conté mplalos con la imaginació n yendo por las tranquilas y solitarias callejuelas aldeanas, por las concurridas calles de la ciudad, por la orilla de los mares y de los lagos, tanto bajo el sol ardiente como entre tinieblas, embarcados en los paí ses surcados por canales, a caballo por las extensas planicies, en trineos sobre la nieve, por valles y colinas, a travé s de bosques y torrentes, subiendo y bajando sendas solitarias montañ eras, solos, o por parejas, o en grupos, o en largas filas, todos con los libros bajo el brazo, vestidos de mil diferentes maneras, hablando en miles de lenguas. Desde las ú ltimas escuelas de Rusia, casi perdidas en los hielos, hasta las de Arabia, a la sombra de palmeras, millones de criaturas van a aprender, en cien diversas formas, las mismas cosas; imagí nate ese tan vasto hormiguero de chicos de los má s diversos pueblos, ese inmenso movimiento del que formas parte, y piensa que si se detuviese, la humanidad volverí a a sumirse en la barbarie. Ese movimiento es progreso, esperanza y gloria del mundo. Edmundo de Amicis, “Corazó n”
Antes de comenzar la lectura: 1º.- Vamos a comentar esta frase: “Así como no existen personas pequeñ as ni vidas sin importancia, tampoco existe trabajo insignificante” (Elena Bonner)
COMO TÚ Así es mi vida,
|