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El coronel sonrió. -Esto te pasa por no frenar la lengua – dijo -. Siempre te he dicho que Dios es mi copartidario.






 

Pero en realidad se sentí a amargado (но в действительности чувствовал горечь). Un momento despué s apagó la lá mpara (потушил) y se hundió a pensar en una oscuridad cuarteada por los relá mpagos (и погрузился в раздумья в потемках разрываемых на части молниями). Se acordó de Macondo (вспомнил о Макондо). El coronel esperó diez añ os a que se cumplieran las promesas de Neerlandia (что исполнятся обещания). En el sopor de la siesta (в сонливости сиесты) vio llegar un tren amarillo y polvoriento (видел прибытие желтого и пыльного поезда) con hombres y mujeres y animales asfixiá ndose de calor (задыхающихся от жары), amontonados hasta en el techo de los vagones (сгрудившимися до крыши вагона). Era la fiebre del banano (банановая лихорадка; в это время в Макондо разразился банановый бум и приехало множество чужих людей). En veinticuatro horas transformaron el pueblo (в 24 часа преобразили деревню). «Me voy» (я ухожу), dijo entonces el coronel. «El olor del banano me descompone los intestinos (запах бананов мне расстраивает внутренности).» Y abandonó a Macondo (покинул) en el tren de regreso (обратный поезд), el mié rcoles veintisiete de junio (в среду 27 июля) de mil novecientos seis a las dos y dieciocho minutos de la tarde (1906 года в 2 часа 18 минут). Necesitó medio siglo (понадобилась половина века) para darse cuenta de que no habí a tenido un minuto de sosiego (покоя) despué s de la rendició n de Neerlandia (капитуляции).

Abrió los ojos (открыл глаза).

-Entonces no hay que pensarlo má s (тогда нечего больше об этом думать) - dijo.

-Qué (что).

-La cuestió n del gallo (по поводу петуха) - dijo el coronel -. Mañ ana mismo se lo vendo (завтра я лично его продам) a mi compadre Sabas por novecientos pesos.

 

Pero en realidad se sentí a amargado. Un momento despué s apagó la lá mpara y se hundió a pensar en una oscuridad cuarteada por los relá mpagos. Se acordó de Macondo. El coronel esperó diez añ os a que se cumplieran las promesas de Neerlandia. En el sopor de la siesta vio llegar un tren amarillo y polvoriento con hombres y mujeres y animales asfixiá ndose de calor, amontonados hasta en el techo de los vagones. Era la fiebre del banano. En veinticuatro horas transformaron el pueblo. «Me voy», dijo entonces el coronel. «El olor del banano me descompone los intestinos.» Y abandonó a Macondo en el tren de regreso, el mié rcoles veintisiete de junio de mil novecientos seis a las dos y dieciocho minutos de la tarde. Necesitó medio siglo para darse cuenta de que no habí a tenido un minuto de sosiego despué s de la rendició n de Neerlandia.


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